Opinión: ¿es posible pasar del amor al odio con tu coche?

Del amor al odio con tu coche
Si sientes ganas de hacer esto con tu coche, bienvenido al club. No estás solo.

Creías que al comprarte ese vehículo, el de tus sueños, el largamente anhelado, estabas ante el amor de tu vida. Pero últimamente has empezado a odiar tu coche. Quizá esta situación te resulte familiar. Si no es así y piensas que estamos locos, sigue leyendo y te convencerás de que puedes llegar a desear quemar algo con cuatro ruedas, por muy petrolhead que seas.

Verás, yo tenía un Suzuki Jimny que adoraba. Lo pasábamos en grande juntos, yendo a todas partes, incluso al campo (modo irónico ON. Prosigo). Pero un día apareció un comprador que me prometió darle una vida mejor, sacarlo a pasear por el monte mucho más de lo que yo lo hacía, olvidándolo largas temporadas en un garaje debido a los viajes. Y se lo vendí.

Para suplirlo, me compré un modelo alemán pequeño, supuestamente capaz de llevarme a cualquier lado y de cubrir mis necesidades. Me dejé deslumbrar por el fulgor de su logo, su contenido gasto de combustible y su polivalencia. Empezaba una nueva vida y me merecía un nuevo coche. Durante un tiempo, nos adoramos. Pero en un año y medio…

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Primero fueron tonterías, continuas visitas al taller con un elevalunas estropeado, una polea que chirriaba, un mando de la calefacción que se atascaba. Nada grave, pero sí una molestia constante. Hasta que llegó algo mucho más serio: los inyectores. Sí, amigos, todos tememos esa palabra en boca de un mecánico. Y empecé a mirar con recelo lo que antes había sido objeto de orgullosos comentarios.

Apenas una semana después de su convalecencia reparación, comenzó a hacer ruidos extraños. La desconfianza había ido creciendo hasta tal punto que el más mínimo chirrido me provocaba unas inmensas ganas de rociarlo con gasolina (la única forma de que este combustible entrara en contacto con el coche) y arrimar una cerilla. Así que puedes imaginar mi cara cuando me dejó tirada en la salida de una glorieta, de nuevo con los testigos de los inyectores encendidos. Nunca había tenido que llamar a una grúa. Qué experiencia.

Sé que debería haber odiado también (al menos, un poco. Y créeme, lo hice) el taller que perpetró el ‘arreglo’, pero volví a llevarlo para aprovechar la garantía. Según su responsable, esta vez era la bomba de presión del carburante, otra operación bastante costosa. Acabo de soltar la pasta. Ya no suena nada raro, se porta bien, es dócil y cómodo. Pero he dejado de confiar en él. Tú también lo habrías hecho. Ahora entiendes por qué se puede odiar un coche, ¿verdad? Por cierto, está a la venta; acepto el cambio por un Jimny o un MX-5, mi otro fetiche. Si te interesa, ponte en contacto conmigo.

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