El primer retrovisor de la Historia que además ganó una carrera de coches
Javier Prieto
El espejo retrovisor del coche es uno de esos objetos que parece que siempre han estado ahí. Pues no es así.
Hoy vamos a contarte la historia de este elemento que 106 años después sigue siendo fundamental en la seguridad en los bugas de competición y de calle. Vamos al lío.
En los primeros años del siglo XX, las competiciones de vehículos ya hacían furor a uno y otro lado del Atlántico. Precisamente en esa época se estaba organizando una carrera en Indiana (Estados Unidos) cuya primera edición estaba prevista para 1911, y que tenía muy buena pinta.
Howard C. Marmon, un fabricante de automóviles del país, decidió un año antes participar en esa atractiva y novedosa prueba llamada las 500 Millas de Indianápolis.
Como de dar gas no tenía mucha idea, contactó con un joven piloto de 32 años llamado Ray Harroun quien le ayudaría en el diseño y desarrollo de la máquina.
La parejita se puso manos a la obra pero surgió un 'pequeño' inconveniente. Se dieron cuenta de que el automóvil que habían construido, el Marmon Wasp, era demasiado estrecho. En él solo cabía una persona. ¿Cómoooo?
Hay que recordar que en aquellos tiempos los coches de carreras tenían dos asientos, uno para el corredor y otro para su mecánico.
Este último, además de vigilar el correcto funcionamiento de la máquina, hacía de 'retrovisor humano'. Es decir, que durante la competición se encargaba de ir mirando a todos lados para informar al conductor de las posiciones de los rivales.
Ante ese problemón que se les planteó, decidieron instalar unos soportes sobre los que descansaba un pequeño espejo. El lugar elegido, casi delante de las narices del conductor, no era muy apropiado. Pero, es lo que había.
Su campo de visión, similar al que ofrecen los actuales retrovisores centrales interiores de los vehículos de calle, era algo limitado. A pesar de ello, tirando para adelante con el artilugio y se presentaron con él en la primera edición de las 500 Millas de Indianápolis. El resto de la parrilla lo flipó al ver un automóvil con una sola plaza y con ese extraño artefacto situado a la altura de los ojos del corredor.
Pues parece que les dio bastante suerte porque el monoplaza amarillo del dorsal 32 conducido por Ray Harroun ganó la carrera. Sin saberlo, ellos habían creado el primer coche de la historia que montaba un retrovisor. Por cierto, tras su sonado éxito tanto el vehículo como su piloto se retiraron de la competición. Pero nos legaron uno de los inventos más prácticos e importantes que se recuerdan.