Nuestro protagonista de hoy se las trae. No sabemos cómo, pero en plena recta de una ciudad cuyo nombre tampoco nos sabemos, pierde del control de su humilde coche para ir a parar contra una farola. Decimos que fue a parar aunque lo cierto es que sería mucho más acertado decir que reventó su coche contra dicha farola.

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El caso es que el golpe no supuso ningún drama, ni para el propietario del vehículo ni para ninguno de los presentes, que atónitos a la escena, ven cómo el susodicho autor del percance se baja del coche y a manporrazos y saltitos sobre el capó intenta arreglar el desaguisado producido por su torpeza.

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Obviamente, los esfuerzos caen en vano y finalmente tras unos momentos de delirio transitorio, se vuelve a subir al coche y se marcha, imaginamos (lo decimos de forma esperanzada) hacia el taller más cercano.

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Lo único positivo de esto es que no tendrá que pagar los desperfectos del mobiliario público, porque la farola (entendemos que estaba bien construida y anclada al suelo) no se mueve ni se inmuta. Vaya en paz... y con más cuidado.