Probamos un Toyota Camry de la NASCAR

Toyota Camry NASCAR
Yeeeeha!

Cuando pienso en que voy a probar un Toyota Camry de la Nascar se me agolpan tópicos como que todos sus seguidores son votantes de Trump, les encantan las barbacoas y llevan tatuada una bandera de los Confederados. O que la tecnología empleada viene de la Edad de Piedra. O que sus circuitos son ovales porque los yankis son incapaces de recordar cómo se gira hacia dos lados en una misma vuelta. Pero yo nunca caeré tan bajo; y no lo haré precisamente porque ahora mismo estoy sentado dentro de unos de los coches más brutales que hay y todo se ha vuelto muy serio desde entonces.

Nascar, piloto, accidente, drift, salvada, Sin más 

Las vibraciones que siento ahora mismo hacen que mi cerebro esté golpeteando mi cráneo, hace un calor terrible y estoy tan nervioso que, si no hubiera una red de seguridad que me impide sacar la cabeza por la ventanilla, lo más probable es que ya me hubiera asomado para dar rienda suelta a los fluidos de mi estómago… 

Pero, ojo: que no me estoy quejando. Esta es, con diferencia, la ocasión en la que he sentido una mayor excitación con respecto a algo que sé que me va a acercar a la muerte. Y además voy a hacerlo por las bravas: no daré unas vueltas acompañando a un piloto experto; tampoco hay tiempo para que un monitor vaya delante de mí con otro coche parecido marcándome trazadas y puntos de frenada. Voy a rodar en un circuito de Fórmula 1 con uno de los vehículos más salvajes que existen con la única ayuda de una palmadita en la espalda. Debo ser sincero y admitir que antes de que toda esta locura comenzara he asistido a una reunión donde me han explicado cómo funciona todo, cuyo resumen podría ser “tan sólo arranca el coche, ten cuidado con la temperatura del motor y pisa el pedal a fondo siempre que puedas, porque las revoluciones caen rápido cuando ahuecas”. Y eso fue todo. Creo que el mueble más sencillo de IKEA tiene un manual de instrucciones bastante más extenso.  

¿Y no reside ahí la belleza de un coche Nascar como este Camry? Si alguien como yo puede meterse en el coche y entender su funcionamiento en dos minutos, cualquier aficionado con su gorra de John Deere puede saber qué está ocurriendo en carrera a cada instante. Los principales elementos de un coche de NASCAR son la red lateral para evitar que tus brazos salgan por la ventanilla en caso de que decidas hacer una deconstrucción de un coche de carreras, unos arneses de cinco puntos, una jaula antivuelco, muchos cables a la vista y un funcionamiento general muy parecido al de un Toyota Avensis... pero algo menos aburrido. También hay tres pedales y una caja de cambios de cuatro relaciones en H. El aceite tarda 10 minutos en alcanzar su temperatura de trabajo y para lograrlo lo mejor que se puede hacer es levantar la parte trasera del coche para poner a girar el motor algo más revolucionado dando movimiento a las ruedas… mientras sonríes escuchando el delicioso y atronador sonido que está provocando que tus oídos sangren. 

El aceite ya está caliente, yo estoy temblando y la pista está preparada. Es el momento de las últimas indicaciones de Bernhard Auinger, jefe del área Driving Experiences de Red Bull Racing: “está todo listo, procura disfrutar de la diversión ahí fuera. Solo recuerda que los frenos no son nada del otro mundo, no hay ABS ni control de tracción. Y a las ruedas traseras les encanta patinar. ¡Ah! Y ten cuidado en las dos primeras vueltas, porque con las gomas frías el coche no va a querer hacerte caso. Pesa mucho. Y vigila cómo tratas el embrague”. ¿Por qué no lanzas dos tarántulas al interior de mi mono para hacer que todo sea aún más complicado?

Esta prueba no es un chiste

Aunque pueda parecer una obviedad, debo recordarte que lo que estoy conduciendo es un Toyota Camry de verdad; no es una réplica, sino un coche NASCAR. Esta unidad -cualquier parecido con el de producción es pura coincidencia- fue pilotada por Brian Vickers para Red Bull en 2011. Con cinco metros de longitud y un peso de 1.850 kg, su carrocería tiene el tamaño de un BMW Serie 7… propulsada por un motor V8 de 5,5 litros de más de 700 CV que puede girar a 8.000 vueltas y una velocidad punta de casi 320 km/h. 

Desgraciadamente, fue necesario realizar algunas modificaciones en este Toyota para que la tasa de mortalidad de los visitantes no alcanzara las cotas del ébola, y en este momento el bloque no gira a más de 7.000 rpm para hacerlo más dócil y la distribución de pesos se ha cambiado para que pueda girar hacia cualquier lado sin demasiados problemas. Ahora tiene una velocidad máxima de 230 km/h gracias a unos desarrollos del cambio más cortos que permiten tener algo más de empuje a la salida de las curvas, y las suspensiones también se han alterado para hacerlas algo más blandas y que el comportamiento del coche sea más asequible. 

Por fin llega el momento de salir a la pista y mientras circulo por el pit lane el motor me deja claro que no le gusta girar tan despacio, y por eso cuando quiero darme cuenta estoy en el final de la recta principal en cuarta a fondo. ¡Por todas las Oreo del mundo, es rápido! Me recuerda al Ariel Atom y la sensación de no haber terminado de engranar una marcha y empezar a buscar la siguiente es muy parecida. Aplasta el pedal y pronto pasarás de la pereza de la zona baja del cuentavueltas a un empuje impresionante cuando las cosas se empiezan a volver rojas. Y el sonido… ¡qué sonido! Es terrorífico, como si una banda de heavy metal estuviera tocando dentro de ese V8 un concierto exclusivo sólo para mí. 

Cuando me acerco a las curvas es cuando descubro las carencias del coche. El principal problema son sus frenos, que no pueden digerir toda la potencia que el Camry es capaz de desarrollar y me obligan a optar por una estrategia de conducción de frenar pronto-acelerar antes. En apoyo se balancea como un autobús, pero en ningún momento pierde agarre. Y no, aquí no tenemos que agradecérselo a un alerón que aporta una fuerte carga aerodinámica: se trata simplemente de un neumático adherido al asfalto con pegamento. Pura tracción mecánica. 

Cuando llevo unas vueltas con él empiezo a imaginar que soy Cole Tricole adelantando por el exterior a Rowdy Burns, acercándome mucho más de lo necesario al muro cuando paso por la recta de salida. Y cuando llego a la curva dos y levanto el pie del acelerador me convierto en Ricky Bobby en la Talladega 500. Y quien se atreva a afirmar que mis conocimientos de NASCAR vienen del cine es una mala persona. 

Si algo he aprendido con esta experiencia es que los tópicos vertidos sobre esta especialidad tienen algo de cierto, pero que no hay ningún problema con ello. Para los amantes de la técnica ya está inventada la Fórmula 1. Quien necesite velocidad y riesgo tiene la NASCAR. Se trata de dos maneras distintas de concebir la competición: ¿te apetece seguir hablando del KERS? Adelante, yo voy a hacerme un tatuaje mientras me tomo una cerveza.   

Texto: Jack Rix

Nuestro veredicto

0.8

Etiquetas: NASCAR