En el paraíso del 4x4 con un Jeep Wrangler: de paseo por el mítico Cliffhanger de Utah

Jeep Wrangler

Un modelo de serie nos ha servido para adentrarnos en las 'paredes' de Moab, en Utah... ¿Tienes vértigo?

Texto original de Jack Rix

Estoy al límite, tanto mental como literalmente, mirando por encima del obstáculo que le valió a este sendero su fama. Una serie de salientes gigantes flanqueados por algunas rocas de aspecto suelto y varios miles de kilómetros de aire fresco. 

Cuando estás subiendo, hay que implementar técnicas todoterreno: frenar con el pie izquierdo con suaves toques del acelerador para garantizar que todo el impulso sea hacia adelante, girar el volante de lado a lado para encontrar la más mínima pizca de tracción. 

Luego llega mi momento favorito. En el descenso, tu única opción real es lanzarte a toda velocidad con la mayor confianza posible en la mecánica. 

Dejo caer el morro sobre el borde, luego la parte trasera tras rozar y remodelar los tubos de escape con formas nuevas e interesantes. Repito esto tres, tal vez cuatro veces, apretando cada vez más las nalgas y los dientes, hasta que el mundo se nivela y doy un suspiro de alivio. 

Entonces me doy cuenta de que sólo hay una manera de salir de este camino de la muerte... por donde llegamos.

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Cliffhanger significa "Momento culminante". Y así se llama el nombre del tramo que recorro. Sin embargo, en ningún momento durante las múltiples reuniones previas a la prueba con guías y expertos, alguien mencionó a los pringaos que estábamos en la zona que íbamos a hacer algo parecido esquiar en una pista negra con ramas de apio pegadas a nuestros pies. 

Para ser justos con nuestro guía, Jim, mencionó que las caídas eran "lo suficientemente largas como para leer un libro en el camino hacia abajo".

Pero lo que me hace tragar saliva no es pensar en la gravedad y en cómo sería caer 300 metros hacia abajo. Es el hecho de que estemos exprimiendo este Jeep Wrangler, que apunta hacia paredes de roca que en cualquier circunstancia normal marcarían un callejón sin salida. 

Vamos andando de puntillas como una cabra con pezuñas pegajosas a lo largo de estrechos senderos excavados en la pared de un acantilado. Pensé que estábamos aquí para admirar el paisaje, no para convertirnos en polvo.

La ironía es que no se suponía que esta fuera una historia heroica sobre el peligro y la supervivencia, se suponía que era una historia sobre un pequeño pueblo de Utah, llamado Moab. Estamos hablando de Thelma y Louise, del país de rocas rojas y cañones: de Estados Unidos, en su forma más americana. 

Moab es la meca de los entusiastas del todoterreno de todo el mundo, que acuden aquí por cientos de miles cada año, para perder años de vida y su bonus en el reguro. Pero hay más en este lugar que simplemente jugar a pares o nones con el destino: la ciudad en sí está llena de buenas vibraciones. 

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Fundada por misioneros y mineros, alguna vez fue la capital mundial del uranio... y así es como se trazaron la mayoría de estos senderos en primer lugar: en busca de minerales preciosos en vehículos mucho menos capaces que los nuestros. 

Pero es el turismo de cuatro ruedas el que se ha hecho cargo de impulsar la economía y la ciudad ha evolucionado para adaptarse a la afluencia de dinero en efectivo con la hostelería.

Si alguna vez has estado en Nürburgring, sabrás que la experiencia comienza mucho antes de que hayas estrellado tu Golf R contra el guardarraíl en la curva dos.

Empiezas a notar los talleres de preparadores repartidos por el camino hacia la ciudad, la densidad de coches interesantes aumenta y, una vez que llegas, la pista está a tu alrededor. Está repleta de lugares emblemáticos para comer y hospedarte. 

Pues bien: Moab es el Nürburgring de Estados Unidos, aunque con menos velocidad y más articulación de ejes.. Hay talleres de offroad por todas partes para que te arreglen posibles averías y vuelvas a la ruta, lugares para alquilar ruedas si no tienes nada adecuado...

E incluso podrás encontrar instituciones como Milt's, Moab Diner o la tienda de Lin Ottinger, repleta de huesos de dinosaurios y fósiles. 

Nuestro Jeep es algo más que un mero fabricante de automóviles. Es más bien un culto. Podríamos haber hecho esto en un Land Rover, un Toyota o incluso un Rivian, pero es muy probable que un ciudadano local amigable nos hubiera sacado del trazado. 

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El Wrangler es la versión Rubicon 20th Anniversary 4XE, un híbrido enchufable con un motor de gasolina de cuatro cilindros y dos motores eléctricos que producen un total de 380 CV y 637 Nm de par

También tengo aproximadamente 40 kilómetros de autonomía eléctrica para ascensos sigilosos. Este modelo de aniversario tiene 12 mm extra de elevación sobre el Rubicon, lo cual es más que suficiente, me digo, sin tener idea de la severidad del terreno que me espera a solo una o dos millas de la carretera. 

Quitamos las puertas y las ventanillas traseras (para ahorrar peso, reducir las barreras físicas entre el olvido y yo y, seamos realistas, para tratar de parecer geniales para las cámaras), retiramos el techo y quitamos presión a los neumáticos para rematar la faena. 

En Estados Unidos, con gorras y sombreros muy de la zona, es perfecto y está armado el doble de bien que el Ford Bronco que condujimos desde Los Ángeles. 

Seguimos a Jim, vecino de Moab y guía senior de senderos en Jeep Jamboree (la compañía contratada para mantenernos con vida), unas pocas millas fuera de la ciudad, donde un letrero de metal oxidado marca el punto desde donde nuestro destino está echado. 

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Nuestro primer obstáculo, una serie de pasos que, sin Jim alegremente haciéndome señas para que bajara, definitivamente no tendría el valor de abordar. No es necesario bloquear los diferenciales en las bajadas, pero colocamos la caja de cambios en una relación baja mientras el Jeep avanza hacia abajo, tocando fondo aquí y allá, pero casi ileso. 

La confianza es alta cuando entramos en un tramo con agua a gran velocidad y rodamos hasta detenernos frente a una pared rocosa vertical tan alta como mi ombligo. 

La geometría simplemente no tiene sentido. Los ángulos, como estoy a punto de descubrir, lo son todo. Y también el tamaño de los neumáticos, que dicta la altura de los ejes y diferenciales del suelo. 

Llevamos instalados ruedas de 35 pulgadas: excesivos para un viaje normal, pero relativamente justos por aquí. Jim está convencido de que hay una línea que podemos seguir, coloca un par de piedras grandes en el suelo para suavizar los ángulos y me hace señas para que avance. 

Para mi sorpresa, la rueda delantera izquierda comienza a sacar agarre de la nada y el morro se eleva triunfalmente mientras lanzo un puñetazo a las cámaras... momentos antes de que nos deslicemos hacia un lado y nos encajemos firmemente entre dos rocas. 

El eje trasero está apoyado sobre la roca, la rueda trasera izquierda ha estado girando contra la roca y ahora está picada, las estriberas laterales están haciendo su trabajo pero ya están desgastados. 

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Me pregunto cómo voy a explicar esto cuando vengan a recoger el Jeep. “¡Aquí está el coche, gracias! Si necesitas el resto, está en esa montaña de allí”. 

Son 10 minutos de rascarse la cabeza, en los cuales un grupo de pilotos de motocross trastornados se lanzan, con éxito desigual, a nuestro lado por la cornisa, seguidos por un grupo de lo que sólo puedo asumir que son ciclistas de montaña muy perdidos.  

Agotadas todas las opciones, Jim nos ata a su cabrestante y nos saca. Seguimos adelante, haciendo ruidos metálicos y raspando, recogiendo cicatrices de batalla con alarmante regularidad. 

Navegamos por tramos lisos bañados por la lluvia, pistas arenosas que ceden por un momento antes de estallar en formaciones rocosas salvajes y más salientes de las profundidades del infierno. 

Pero todavía nos estamos moviendo y luchando, nunca a más de 8 km/h, nunca con nada más que extrema precaución, sólo un progreso lento, constante y silencioso. Y a pesar de la creciente factura de los talleres de carrocería, no hay pinchazos ni percances mecánicos. 

En casa, si golpeo una llanta en una acera, aún me acuerdo una semana después; aquí, tras dos horas, ya estoy insensible al sonido del metal contra la roca, resignado al hecho de que este es un Jeep haciendo cosas para las que ha sido creado.

Hay recompensas por la perseverancia. Con cada obstáculo superado, la vista es un poco más espectacular: gruesos rascacielos rojos, calendarios terrestres con millones de años de historia geológica, picos salpicados de nieve en la distancia a pesar de las temperaturas sofocantes en el lugar donde nos encontramos y luego llegamos a la cima para el gran final. 

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El Cliffhanger se alzaba sobre un valle excavado en el paisaje por manos de gigantes. Es sorprendente, precioso, pero habrá que esperar para mirar alrededor. Este es un territorio sin margen de error.

No tengo problema con las alturas, he hecho puenting y paracaidismo, pero eso es porque hay una cuerda atada firmemente a tus piernas, o un paracaídas y un instructor atado a tu espalda. Aquí sientes cómo un mal movimiento de muñeca y un meneo cuando no toca te hace ir en el Jeep que más rápido acelera del mundo.

Por fin superamos Cliffhanger, pero antes de darnos la vuelta y hacerlo todo de nuevo en la dirección opuesta, nos detenemos para tomar un sándwich en la cima del mundo

Es impresionante: la vista, no el sándwich, que es un poco seco. La escala, la sensación de logro y la aventura que hemos emprendido para llegar hasta aquí. Claro, estábamos un poco mal equipados, pero Jim y su equipo nos ayudaron a salir adelante y nuestro Jeep (un Jeep que puedes ir a cualquier concesionario a comprarlo), sobrevivió.