VW Touareg, Hyundai Terracan y Jeep Grand Cherokee: 4.000 km de ruta por Marruecos

La Cunda Squad en Marruecos
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Hemos decidido partir a la aventura, rumbo a la región norte del Sáhara, al sur de Marruecos. Y lo hemos hecho con tres todoterrenos camperizados de la década del 2000.

Cuando te encuentras a una temperatura bajo cero, con un viento endiablado, acampado tras bajar la Cordillera del Atlas, te preguntas "¿En qué momento vine yo aquí?". Pero así son las aventuras todoterreno y el mundo offroad. A eso fuimos el grupo de amigos Cunda Squad, a recorrer 4.000 kilómetros por Marruecos para ver el desierto.

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Todo, absolutamente todo, incluidos los malos momentos, valieron la pena. Seis jóvenes rumbo a la aventura con un Volkswagen Touareg R5, un Hyundai Terracan 2.9 CRDi y un Jeep Grand Cherokee 2.7 CRD. Y si os preguntáis cómo surgió la idea, simplemente decir que de por medio hubo un "no hay huevos", hablando en llano. Probablemente, uno que recordaremos siempre.

Este es el primero de muchos artículos sobre esta aventura. Opto por narrar primero nuestro recorrido, aquello que hemos visto y algunos de nuestros contratiempos. Pero muy pronto también os enseñaré en profundidad los coches, su preparación offroad, todo lo que llevamos para sobrevivir o para salvarnos de las complicaciones... Porque congregar todo en unas pocas líneas, es imposible.

Los primeros días: El verde norte, bosques y montañas

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Cunda Squad

El viaje duró en total unos 14 días. Desembarcamos del ferry en la ciudad de Tánger y tras cambiar dinero, comprar tarjetas SIM y realizar algunos trámites previos (como comprar agua y algunas provisiones), marchamos hacia el sur.

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El norte de Marruecos sorprende. Todo es extraordinariamente verde y los bosques abundan, así como las carreteras. El primer obstáculo fue la Cordillera del Rif, nada del otro mundo. Una serie de grandes montañas donde el frío acució y que nuestros coches agradecieron para conservar sus temperaturas y desplegar la potencia de sus motores de combustión.

Nos apartamos de las carreteras principales y nos adentramos en enormes montañas. La primera noche, tuvimos el primer despliegue de medios para acampar. Porque, por si no lo había dicho, no fuimos a Marruecos a dormir en hoteles. Lo hicimos al raso, salvo en un par de ocasiones. Para eso llevábamos coches camperizados, en gran medida.

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Al lado de un río y con una buena hoguera de leña, el Jeep desplegó su enorme tienda de campaña, anclada al techo. Lo mismo hizo el Hyundai. Por otro lado, el Volkswagen sirvió de cierre a una muralla hecha con coches y entre ellos, tres tiendas de campaña. El frío de aquella noche fue enorme, incluso con sacos y ropa térmica.

A la mañana siguiente, revisión mecánica de líquidos en los vehículos, desmontaje del campamento y otras pocas horas de camino hasta la bella ciudad azul de Chefchaouene, donde aprovechamos a desayunar , hacer una visita rápida a la zona y aprovisionarnos. Sobre todo con agua, el oro transparente de estas tierras.

Cuanto más al sur, más naturaleza. Bosques de cedros y el Atlas

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La segunda noche empezó la aventura 4x4. Concretamente rumbo al Bosque de los Cedros, un lugar famoso por sus habitantes: monos. ¿Y dónde decidimos acampar? Pues allí mismo, entre unos árboles. Con el ánimo de perfeccionar el tiempo que tardábamos en desplegar campamento, encender hoguera, cocinar, dormir y volver a levantarlo todo.

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Al día siguiente tuvimos nuestro encuentro con aquellos curiosos monos, apenas a 1.000 metros de donde habíamos dormido. Unas extrañas criaturas, sin duda. Proseguimos el camino hacia el sur, sin descanso, mientras el sol duraba en el cielo. Cruzando el eje formado por la ciudad de Fez y algunos bosques y llanuras sin asfalto o con uno extremadamente deteriorado.

Parada táctica cerca de Ait Ishaq y luego en Beni Melal, una ciudad con un espectacular atardecer al frente y a la izquierda, la brutal Cordillera del Atlas, que se elevaba sin mesura hasta el cielo. Una formación rocosa sin final y que tardaríamos unos tres días en cruzar. Esa noche, dormimos al raso, pero esta vez en un camping. Previo a visitar las Cascadas de Ozoud.

Cruzar las montañas fue doloroso. No tanto por el cansancio, sino por el Marruecos olvidado. Una zona de pueblos cercana a Imilchil extremadamente paupérrima. Infancia desnutrida, personas extrañadas por ver coches extranjeros en una zona tan extrema y absoluta pobreza... Lugar donde aprovechamos a regalar algo de comida y algunos juguetes, dentro de nuestras posibilidades logísticas.

Todo eran pistas y caminos de tierra y rocas. Tardamos horas y horas en avanzar apenas un par de cientos de kilómetros con un serio problema de novatos: casi nos quedamos sin combustible. Y no habíamos rellenado las garrafas que llevábamos en los techos de diésel. Error monumental.

Merzouga, el desierto del Sáhara y el Valle de los Oasis

¿Que cómo solucionamos el problema de combustible (del Jeep Grand Cherokee principalmente)? Pues bajando el Atlas con el mayor rebufo posible y marchas manuales, con la inercia de los vehículos, hasta las Gargantas del Todra. Una zona árida, muy rocosa pero con algo de agua. Allí volvimos a acampar ya  sufrir las inclemencias de la madre naturaleza, viento y frío.

Afortunadamente, pudimos llegar a la ciudad de Tinghir y abastecernos allí. A partir de la frontera verde marcada por este bello oasis, vía libre hasta Merzouga y el basto desierto, que ya se dejó notar aquel día y nos invitó a recorrer amplias llanuras fuera de caminos o carreteras.

Pero aún era todo polvo, tierra y rocas. Salvo por una duna en mitad de la nada, de un buen tamaño y que nos invitó a experimentar con los vehículos. Saldo de aquel primer encontronazo: el Jeep atascado (por segunda vez en la jornada) y el Hyundai Terracan, lo mismo. No bajamos presiones en los neumáticos y el peso de los vehículos era muy grande.

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Sin embargo, veníamos preparados. Planchas, eslingas, palas para cavar y mucha ilusión, que siempre ayuda a salir de los apuros. Lo hicimos sin apenas complicaciones, lo que nos sirvió para entrenar para lo que se avecinaba en unos días...

Aquella noche, los todoterrenos camperizados nos resguardamos tras las murallas de la Prisión Portuguesa, una construcción muy antigua en mitad del desierto que cierra una especie de caldera en una montaña y que nos sirvió de protección. El punto de partida hacia Merzouga, donde encontraríamos el primer desierto propiamente dicho.

Llegaríamos unas 12 horas más tarde, con el sol cayendo. Y no pudimos evitar lanzarnos a las dunas. Bajamos presiones, nos armamos de valor y fuimos a surcar las arenas de ese basto desierto de unos 18 kilómetros de largo y unos 40 kilómetros cuadrados aproximadamente. ¿Contratiempos? Casi ninguno. Los coches se comportaron especialmente bien.

El Sáhara no perdona y el fesh-fesh, tampoco

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El Desierto de Merzouga fue pura diversión. Con bajas presiones, habilidad y algunos trucos, conseguimos no perder en la arena a ninguno de los vehículos. Aunque durante la noche, el Touareg estuvo a punto de enterrarse por completo antes de volver a acampar. El Jeep acudió al rescate con cierta felicidad, ya que el Volkswagen estaba demostrando un rendimiento sobervio para ser un SUV.

La satisfactoria experiencia en Merzouga (una región llena de coches de raid, de rallys, motos de enduro y buggies de todo tipo) dio paso a nuestro infame camino hasta Zagora, en paralelo a la frontera con Argelia y la región norte del Sáhara. Llanuras de centenares de kilómetros que no acababan.

Y algo extraño: lugareños que nos advertían de un río hacia el que íbamos. Nosotros, extrañados y con el Grand Cherokee y su snorkel a la cabeza, íbamos decididos a cruzar aquellas aguas. Ingenuos jóvenes europeos. Aquello no era un río de agua, era un río de arena. De fesh-fesh.

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Si eres aficionado al Dakar, te sonará ese término. Es una clase de tierra batida con la consistencia de la harina, de los polvos de talco. Es tocarla con un vehículo a una velocidad mínimamente baja y adiós. Tanto el Hyundai Terracan como el Jeep cayeron en solo unos minutos.

El coche americano con una fortuna terrible, ya que quedó empanzado y con las ruedas prácticamente en el aire. De aquel día solo recuerdo las palas, cavar y cavar. Todos llenos de arena y a los niños de un pueblo cercano ayudándonos mientras un adulto soltaba la mítica frase de "mirad que os lo dijimos". Pero habíamos venido a esto.

Al final, tras mucho trabajo y un tirón del Volkswagen, pudimos continuar nuestro camino por aquel cauce seco sin juicio ninguno. Sin amor a la vida, sin tocar los frenos. Si lo hacías, estabas perdido de nuevo. En total, recorrimos algo menos de 300 kilómetros en 9 horas. Bajo un sol reconfortante y 29º de temperatura, que en pleno diciembre se agradecen.

Zagora, los oasis de Ouarzazate y de vuelta a casa

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Si cogéis los puntos que he ido citando y los unís, veréis que hicimos una absoluta vuelta por todo el país hasta la costa. Zagora fue el final del trepidante camino por el desierto. Un remanso de paz donde visitamos a unos amigos: el Taller Ali & Said Nassir, con Said al frente. Toda una eminencia en la zona y muy conocido por pilotos de rally, raids y el propio Dakar.

Vinieron a buscarnos por la noche a las pistas del desierto, a unos 100 kilómetros de Zagora, para acompañarnos a la ciudad. Alguien les había chivado que había tres todoterrenos españoles en la zona y que uno llevaba la pegatina del taller. Así que se presentaron para escoltarnos.

En el taller, nos soplaron los filtros de aire y los motores, algo esencial en estas regiones (y eso que llevábamos recambios de todo tipo, incluso un turbocompresor). Limpiaron los vehículos y tomamos un té mientras nos enseñaban sus instalaciones y almacén de recambios. La meca del offroad y el alto rendimiento. Una maravilla escondida en mitad del desierto.

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Tras despedirnos de nuestros amigos al sur, procedimos a conducir hacia el norte y la costa, hasta la ciudad de Ouarzazate, con algunos páramos áridos y montañas de por medio, hasta llegar a esa ciudad famosa por los Estudios de cine Atlas. Y allí, un leve vadeo de río para comer en mitad de un oasis, pero la sensación de haber pasado lo más complicado de todo.

Desde aquel momento, hasta Marrakech, Casablanca y hacia el norte de vuelta a Tánger, pocas pistas y entornos offroad. Es la zona más desarrollada, con firmes carreteras y amplias playas. ¿Único problema del viaje? Un buen susto con la suspensión neumática del Touareg que pudimos solventar rápidamente (para nuestra fortuna): solo se había descolgado un sensor.

Fueron 14 días maravillosos. Con tres todoterrenos de la vieja escuela, preparados por esos jóvenes que los medios y las marcas dicen que "ya no les gusta el mundo del motor". Una aventura que muy pocos emprenderían con vehículos a punto de ser coches clásicos y que nosotros no dudamos en llevar a cabo con todas las consecuencias. Y que os aseguramos, repetiremos muy pronto.